Alianza de Dios Padre Misión IO EROS Catequesis
Bogotá, 31 de mayo 2018
LA REENCARNACIÓN FRENTE A LA DOCTRINA CATOLICA
Tradición y Magisterio de la Iglesia Católica:
El catecismo, que resume la Tradición y el Magisterio de la iglesia, establece en el artículo 1013 que la muerte es el fin de la peregrinación del hombre, donde se define el destino final de la persona. San Pablo dice que: “está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio”,… Creer en la resurrección de los muertos desde sus comienzos es un elemento esencial de la fe católica: Como Cristo resucitó verdaderamente de entre los muertos, los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y Él mismo los resucitará en el último día.
1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin «el único curso de nuestra vida terrena» (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez» (Hb 9, 27). No hay «reencarnación» después de la muerte.
Hebreos 9 27. Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio, 28. así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.
EL SENTIDO DE LA MUERTE CRISTIANA
El artículo 1010, nos dice que si hemos muerto en Cristo, la muerte es una ganancia, pues si hemos muerto con El, también viviremos con El, este es el requisito: morir en Cristo para resucitar con El, sin necesidad de reencarnarse ni de ninguna otra condición.
También afirma que si morimos físicamente y estamos en gracia de Dios, esta muerte física consuma el: “morir con Cristo” y perfecciona nuestra incorporación a El, gracias al acto redentor de la pasión y muerte del Señor en la cruz y a no gracias a ningún otro acto, ni mucho menos a otro proceso como el de las sucesivas reencarnaciones.
En ninguna parte de la Biblia se insinúa siquiera que exista algo después de la muerte, que no sea el juicio particular inmediato para decidir el destino de las personas.
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. «Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia» (Flp 1, 21). «Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él» (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente «muerto con Cristo», para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este «morir con Cristo» y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor…
San Pablo dice que en la muerte Dios llama al hombre hacia sí. También dice: «Deseo partir y estar con Cristo», de lo que se puede deducir que tan pronto muere puede estar con Cristo, de lo contrario afirmaría que habría algo pendiente para poder estar con Cristo:
1011 En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: «Deseo partir y estar con Cristo»
Filipenses 1 22.Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… 23.Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; 24.mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros.
Santa Teresa de Jesús dice: “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir”. Claramente no dice que tenga que reencarnarse un sinnúmero de veces para ver al Señor. Solo dice que es necesario morir, nada más!
Santa Teresa del Niño Jesús dice confiadamente: “Yo no muero, entro en la vida”. Realmente para el cristiano, morir es entrar en la vida eterna.
En la liturgia de la Iglesia, el Prefacio de difuntos dice claramente que la persona que fallece no termina con su vida, sino que toda la persona se transforma y adquiere una mansión en el cielo. De ninguna manera se puede pretender que su espíritu se reencarna en otro cuerpo. Veamos el numeral 1012 del catecismo:
1012.-“La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.
1 Tesalonicenses 4 13.Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. 14.Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús
Si existiera la reencarnación, no sería tan apremiante la preparación para la muerte, como lo expresa el numeral 1014 del catecismo
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte («De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor»: antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros «en la hora de nuestra muerte» (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte…
San Francisco de Asís advierte de la gravedad de que la muerte lo sorprenda a uno en pecado grave, porque sabe perfectamente que iría al infierno:
“Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
1015 …Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.
1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
1017 «Creemos en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora» (DS 854). No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un «cuerpo espiritual» (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir «la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado» (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.
LA VIDA ETERNA
1020 El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje.
Le habla entonces con una dulce seguridad: Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió.
Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos. … Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos. … Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor
EL JUICIO PARTICULAR
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe.
La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 10001001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).
En los siguientes textos bíblicos mencionados anteriormente por el catecismo, vemos cómo Nuestro Señor nos habla de un último destino del alma:
Lucas 16 19.Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. 20.Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, 21.deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. 22.Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. 23.«Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24.Y, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.» 25.Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.
26.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros.»
Mateo 16 24.Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25.Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. 26.Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? 27.«Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
EL CIELO
Los católicos creemos en el cielo como lo describe el magisterio de la iglesia católica y no en algún estado diferente:
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)…
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo» . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven «en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha «abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad…
1027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén
celeste, paraíso: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia «la visión beatífica»:
Después de la muerte, si no es condenado eternamente, la misericordia de Dios se manifiesta con esta formidable oportunidad, necesaria para entrar en la presencia de la Santísima Trinidad:
LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados…
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31)
En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.
La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.
Un católico no puede creer en la reencarnación.
La reencarnación es una creencia, de origen oriental, que es absolutamente incompatible con la fe en la Resurrección.
Esta concepción parte del supuesto de que las almas, después de la muerte, se reencarnan en otro cuerpo, y vuelven a esta vida para pagar por obras que hicieron en el pasado (hinduismo) o para perfeccionarse vida tras vida (espiritismo).
Se trata de una invención humana, inspirada por satanás, sin ningún asidero verdadero ni confiable, solo especulaciones y observaciones empíricas para presentar al hombre un plan alternativo a “LA SALVACION”. Es un plan maléfico y egocéntrico de autorrealización, madurez espiritual, evolución, y acumulación de experiencias.
Las doctrinas sobre la reencarnación pretenden dar una respuesta a problemas existenciales como el origen del mal, el porqué del sufrimiento, la existencia de desigualdades, etc.
Niegan el amor de Dios, la salvación y el perdón divino.
No creen en el libre albedrío, sino en un destino fatal, movido por una ley implacable en donde cada persona está en manos de sí mismo.
Este concepto, que viene de oriente, se ha utilizado por fuerzas oscuras que quieren desorientar y desvirtuar las creencias cristianas mediante una avalancha de libros de “autoayuda”, películas, telenovelas y series televisivas que difunden doctrinas de este tipo como si se tratara de una evidencia científica.
Algunos autores promotores del espiritismo, la metafísica y la autoayuda esotérica han promovido falsas ideas sobre el tema.
Es comprensible que si uno es budista, o se adhiere a las creencias del hinduismo, por ser coherente con la propia doctrina, crea en la reencarnación. Como debería ser obvio que un cristiano crea en la resurrección, y no en la reencarnación.
El problema es que muchos cristianos que desconocen en profundidad su propia fe, han asumido una avalancha de doctrinas extrañas a su fe, como conciliables con ella.
Han sido influidos culturalmente por las creencias espiritistas, teosóficas, antroposóficas, esotéricas y gnósticas, especialmente las promovidas por la literatura “New Age” o “Nueva Era”.
Esta creencia es contraria a la doctrina, a la tradición cristiana y a la resurrección y revela que las personas cuando mueren, van al encuentro con el Señor, nadie se reencarna en otro cuerpo, ni tampoco queda vagando como un espíritu por el mundo.
Para los católicos, no hay karma, ya que existe el perdón de un Dios que salva. Jesús mismo le dice al ladrón en la cruz: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 39), por lo que encontramos aquí un ladrón sin karmas y reencarnaciones que llega al cielo definitivo. La reencarnación quita todo el sentido de la pasión y muerte de nuestro Señor en la cruz para la salvación de las almas. Pretende, contrario a la fe católica, que el hombre se salva por sus propios méritos hechos en cada reencarnación y no por los méritos de Cristo en la cruz.
Para los católicos la Revelación, el Magisterio y la Tradición de la iglesia es perfectamente clara al respecto:
“Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”.
Daniel 12 2 Muchos de los que duermen en la región del polvo se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el horror y vergüenza eterna.
El mismo San Pablo afirma que si Cristo resucitó, todos resucitaremos, y la fe cristiana está apoyada en la resurrección de Cristo. Y al leer este capítulo de la primera carta a los Corintios, es evidente que nuestra resurrección es como la de Jesucristo, por lo que hay una vida nueva y definitiva, no un paseo por diferentes cuerpos.
1 Corintios 3.Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4.que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 12.Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? 13.Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. 14.Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. 16.Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. 17.Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. 18.Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. 19.Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! 20.¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. 21.Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos.
22.Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. 23.Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. 24.Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, depués de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. 25.Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. 26.El último enemigo en ser destruido será la Muerte. 27.Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que «todo está sometido», es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. 28.Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo. 29.De no ser así ¿a qué viene el bautizarse por los muertos? Si los muertos no resucitan en manera alguna ¿por qué bautizarse por ellos? 30.Y nosotros mismos ¿por qué nos ponemos en peligro a todas horas? 31.Cada día estoy a la muerte ¡sí hermanos! gloria mía en Cristo Jesús Señor nuestro, que cada día estoy en peligro de muerte. 32.Si por motivos humanos luché en Efeso contra las bestias ¿qué provecho saqué? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. 50.Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. 51.¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. 52.En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
FIN
Arturo Dueñas Sánchez