Es de gran júbilo para todo católico la fiesta de la Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel, en el que se manifiesta el poder del Espíritu Santo impulsando a María a ir con prontitud donde su prima, viajando de Galilea a Judea, el camino de Jesús hacia la salvación de su pueblo, desde el vientre de su Madre a traer la buena nueva después de tan larga espera del Mesías; María entra en casa de Zacarías y saluda a Isabel “cuando oyó Isabel el saludo de María, salto de gozo el niño en su seno” (Lc 1,41), este saludo produce en el hijo de Isabel una alegría especial que lo hace saltar en el vientre, el futuro profeta, Juan el bautista, quien va a preparar el camino del tan esperado Mesías, por obra del Espíritu Santo se llena de recogimiento al reconocer a Dios su Señor hecho verbo en el vientre de la Virgen; ante aquel saludo de María, Isabel también siente el gozo de la llegada del Señor y “quedó llena del Espíritu Santo; y exclamó con gran voz: “Bendita tú entre las mujeres y Bendito el fruto de tu seno” (Lc 1.41-42). María es Bendita desde siempre, inclusive antes de nacer y entre todas las mujeres que existieron, que existe y que existirán, ha sido preservada y escogida de Dios para ser la primera y única custodia perfecta en la que habita el mismo Dios. Isabel también reconoce el honor que tiene la visita de la Madre del Señor manifestándolo con la expresión “de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mi? “ (Lc 1,43). Isabel llena del Espíritu Santo da toda la gloria al Rey de Reyes, Jesús el Salvador en la dignidad de María.
Así es como la Santísima y bienaventurada Virgen María nos sigue trayendo a Jesús su Hijo a cada uno de nosotros, a toda prisa y con gran alegría como en aquel momento, y nos dice que le sigamos a Él, no hay otro camino sino Nuestro Señor Jesucristo pero solo con intervención del Espíritu Santo podremos reconocerle como hicieron Isabel y Juan el Bautista, es un preludio de Pentecostés, es en resumen toda la historia salvífica de la humanidad. Dios Padre nos da a su Hijo Único Jesús y El a su vez no deja al Espíritu Santo para iluminar y abrir nuestros ojos y corazón, para reconocer, seguir y amar a Dios nuestro Creador, Salvador y Santificador.
LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La fiesta para honrar a la Santísima Trinidad se celebra el primer domingo después de Pentecostés; en esta solemnidad la Iglesia Católica celebra este dogma fundamental de su fe, definido en varios concilios. En este acto se conmemora la profesión de fe verdadera y se adora la unidad todopoderosa de la Trinidad.
La Santísima Trinidad es un misterio que consiste en que Dios es uno solo, y en Él hay tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Debemos mirar con respeto este misterio sublime, y creerlo sin proponernos profundizarlo, por cuanto está por encima de la luz de nuestra razón.
Nosotros los católicos hemos sido bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Honramos y adoramos a la Santísima Trinidad, cuando nos persignamos (en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo), con la celebración de la Santa Misa al rezar “El Gloria”, “El Credo”, “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo” y el Trisagio Angélico que es una oración de adoración y alabanza que se reza durante tres días, empezando el viernes antes de la fiesta de la Santísima Trinidad.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “La Trinidad consubstancial”, las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que el Hijo, el Hijo lo mismo que el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”…” Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina”. CIC: 253
El catecismo nos enseña que “Las personas divinas son realmente distintas entre sí”… “Son distintas entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado y el Espíritu Santo es quien procede”. “La Unidad divina es Trina”. CIC: 254
También nos enseña el Catecismo que el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo”. CIC: 261
Por la gracia del bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” somos llamados a participar de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna. CIC: 265.